Mi gato se ha ido sin despedirse,
una tarde cualquiera, mientras llovía.
Dejó su plato a medio comer,
su sombra enredada en la alfombra,
y el aire quieto en la ventana.
No dijo adiós, como era de esperarse.
Los gatos no tienen tiempo para despedidas,
prefieren la ausencia,
como si la nada fuera un destino mejor.
Ahora todo es más silencioso,
hasta las hojas parecen caminar más lento.
Su recuerdo vaga por los rincones,
en los lugares donde solía dormir
como si fuera parte del mobiliario.
Tal vez volverá cuando el viento cambie,
o tal vez se quede para siempre en ese limbo
donde los gatos desaparecen sin motivo,
dejando apenas un rastro de sueño tibio
que nunca se vuelve realidad.