En la vereda asoma su figura,
con paso lento y cola tambaleante,
como guardián que nunca fue arrogante,
y en su mirada vive la ternura.
No pide más que el sol de la llanura,
un rincón donde el sueño sea constante,
y en su ladrido, fiel y vigilante,
se esconde un corazón de alma pura.
Recorre los caminos sin malicia,
buscando algún amigo en su jornada,
y dando más amor que lo que obtiene.
No entiende de traición ni de avaricia,
su lealtad es limpia y entregada,
y en cada despedida siempre viene.