En los campos de áureo ocaso,
mi alma se sumía en la quietud.
Mas tu figura, como un vaso
de divina luz y certitud,
Apareció ante mí, radiante,
cual una estrella en la penumbra.
Mi corazón, antes vacilante,
halló en tu ser su gloria y su lumbre.
No fui yo quien salió a buscarte,
ni a tu encuentro me encaminé.
Fue el destino quien quiso llevarte
a mí, y así mi suerte labré.
Ahora, en tus brazos resguardado,
comprendo que el amor verdadero
no se busca, llega inesperado,
como el sol que brilla al día entero.
Gracias al hada que te envió,
mi vida ha hallado su clemencia.
Pues me la trajo el destino, y yo
en ti he encontrado mi existencia.