Camina la luna de plata,
serena, entre nubes de seda,
inundando con su blanca luz
la ciudad dormida y quieta.
Arrastra su manto de niebla
por las calles desiertas,
iluminando los rincones
donde las sombras se acercan.
Su mirada de reina distante
acaricia los tejados en sombras,
y el frío susurro de su aliento
mece los árboles que duermen.
A veces, entre los ramajes,
su manto de niebla se enreda,
ocultando su rostro de diosa
tras un velo de bruma inquieta.
Pero pronto, serena y radiante,
vuelve a brillar con luz plena,
derramando su blanco tesoro
sobre la ciudad soñolienta.
Y en las ventanas, las muchachas
la miran pasar con tristeza,
soñando con besos de amante
bajo la luna de plata y seda.