Los viejos soñadores, los viejos amores
que alguna vez alzaron su canto en la sombra,
se han ido callando.
Yo persisto, lo que algunos dirían que es locura,
entre los desvelos.
Reviso las heridas:
los suspiros sin dueño, las cartas sin nombre,
las promesas dormidas, el reloj detenido,
las canciones marchitas en papeles doblados.
Yo paseo entre las ruinas del corazón y anhelo
un instante de tregua,
una risa sincera,
una piel sin espinas
capaz de abrazar este tiempo
sin miedos que lastimen,
sin prisas que devoren,
con un beso que baste,
o un adiós, por lo menos, sin rencor.