Por los montes van los jarales,
verdes, altos, bien plantados,
con sus ramas enredados,
bajo el sol y sus cristales.
Los recorre el viento suave,
van sus hojas a temblar,
en un eco de un cantar
que la brisa lleva y trae.
Sus raíces hondas, fuertes,
anclan firme en su lugar,
resistiendo al temporal,
desafiando a sus corrientes.
Los jarales de la sierra,
siempre firmes y enteros,
son guardianes verdaderos
del silencio de la tierra.
Y si el cielo les sonríe
y la lluvia los abraza,
bajo el sol que ya los pasa,
el jaral verdea y ríe.
Por las lomas, siempre erguidos,
los jarales van creciendo,
con su tiempo van tejiendo
un paisaje bendecido.