I
En la noche porteña, sombría y despierta,
los bardos del tango se sientan a hablar,
con versos que encienden la luna desierta,
y en un bandoneón echan sueños al mar.
II
Con rostros marcados por años y amores,
cantan de penas, de alcohol y traición,
de un beso perdido, de viejos dolores,
de un río que llora su eterno acordeón.
III
Sus letras se aferran a un tiempo pasado,
al eco de pasos que nunca volvió,
al hombre que llora, al sueño apagado,
y al barrio que muere mientras él cantó.
IV
Son bardos que cargan las noches pesadas,
que cruzan la sombra con versos y piel,
y en cada compás, sus almas gastadas
reviven el alma de un tango fiel.
V
Por calles de piedras, entre luces rotas,
se pierde su canto, se funde su voz;
y aunque el tiempo muerda y las sombras floten,
su tango es eterno, su tango es feroz.
VI
Al borde del río, allí en la ribera,
resuena el lamento de un viejo arrabal;
los bardos del tango, su pluma sincera,
siguen escribiendo su eterno final.