Llanto y canto del Crespin.
Entre los verdes sausales,
donde el viento susurra,
se escucha la voz que murmura
con lamentos tan vitales.
Son sus notas ancestrales,
del Crespin en su dolor,
que con profundo clamor
desangra su alma en canto,
y en el eco del quebranto
se pierde el pobre cantor.
En las noches silenciosas,
cuando la luna aparece,
el Crespin nunca perece
con sus penas tan hermosas.
Canta entre hojas frondosas
su tristeza sin cesar,
y el bosque al verlo llorar
le acompaña en su lamento,
compartiendo el sentimiento
de su sufrir sin parar.
Desangra su voz callada
en el río de la vida,
con una pena escondida
que su corazón desarma.
Y en cada nota lanzada
hay un pedazo de amor,
que se desgarra en clamor
buscando alivio en el viento,
pero encuentra desaliento
entre suspiros de flor.
Los días pasan despacio,
entre murmullos y quejas,
y el Crespin, con sus consejas,
sigue en su triste espacio.
Canta su dolor de acacio,
entre sombras de la tarde,
y aunque el cielo nunca arde,
su canto sigue presente,
como un eco persistente
que en el alma se guarda.
En los sauces se refugia,
con su canto desolado,
y en cada trino lanzado
su pena nunca diluye.
El Crespin triste concluye
su canción al anochecer,
y aunque trata de no ceder,
su canto sigue llorando,
desangrando y desangrando,
sin poder dejar de ser.
