Si alzo la vista hacia el cielo infinito,
mi llanto se torna imposible y lento,
pues en esa inmensidad sin confín ni mito,
mi alma se eleva en un rapto violento.
Se funde con la danza de las estrellas,
con el suspiro del viento que acaricia,
allí arriba, lejos de las sombras bellas,
todo se transforma, todo se hace caricia.
Y el dolor que me ata a la tierra,
se eleva, se diluye, la pena se extingue,
pues al mirar hacia la bóveda que encierra,
descubro que el cielo es un sagrado templo
donde el corazón su agonía desligne,
y en su infinita calma halle un ejemplo.