Hay un grito en la herida,
un eco en la piel del lenguaje.
Cada palabra se arrastra,
se pliega en su propio silencio,
se astilla en los bordes de un mundo roto.
El dolor es un signo sin dueño,
una metáfora que nadie reclama,
una página donde el luto escribe
con tinta de sombra y fiebre.
Pero en la bruma de la desesperanza
hay un fuego que resiste,
una letra que aún arde,
una voz que no se quiebra.
En la grieta de lo imposible
se filtra la luz de la utopía.
No es un sueño,
es un mapa dibujado en la piel,
una brújula apuntando al alba,
una certeza hecha de polvo y futuro.
Porque en cada palabra dolida
late la urgencia de otro mundo.