¡Qué terco el olvido!
como un río que se niega a fluir,
se aferra a las piedras de la memoria,
con sus aguas estancadas,
guardando ecos de risas y suspiros.
En las sombras de los días pasados,
donde los sueños se entrelazan,
el tiempo se convierte en un laberinto,
y cada rincón guarda un secreto,
un susurro que se niega a desvanecerse.
El olvido es un ladrón sigiloso,
que se lleva lo que amamos,
pero deja huellas en el alma,
marcas que duelen y que iluminan,
testigos de lo que fue y ya no es.
¡Qué terco el olvido!
como un amante celoso,
que se aferra a lo perdido,
pero en su terquedad,
nos recuerda que amar es también recordar.