La rabia es como el fuego,
un grito ardiente en el pecho,
capaz de arrasar paisajes,
de reducir al polvo los sueños.
Es una chispa que estalla,
un rugir que pide espacio,
desbocada, indomable,
puede arrasar toda una aldea
en su cruel y feroz abrazo.
Pero si la encierras con cuidado,
si la tomas con firmeza y ternura,
puede volverse un faro,
un calor que guía entre penumbras.
En una lámpara de aceite,
su furia se torna en luz serena,
y lo que antes destruía
ahora construye caminos,
abre senderos, abre puertas.
La rabia es como el fuego:
no temas su fuerza,
pero aprende a usar su llama.
Con su calor puedes destruir el mundo,
o iluminar tu alma.