En el seno vibrante de la mente,
se eleva la palabra en armonía,
con fuerza que del alma es transparente,
alumbra la verdad en su porfía.
Del verbo nace luz omnipresente,
un cosmos que se forja en sinfonía;
la imagen toma forma, se desliza,
y el mundo se transforma en pura brisa.
El signo que se inscribe en lo infinito,
cargado de sentido, fuego y arte,
se vuelve en el lector un rito escrito,
la unión del pensamiento y su estandarte.
La poesía, en su vuelo tan bendito,
es fuente de lo eterno, el baluarte
que enciende corazones, los libera,
y muestra que lo humano es primavera.
El ritmo, una energía luminosa,
resuena en el abismo del sentido,
de la palabra, esencia misteriosa,
se erige el universo compartido.
En cada verso, chispa tan preciosa,
se encuentra lo vivido y lo perdido;
la poesía es del tiempo el fiel reflejo,
un canto de pasión que no es espejo.
Y la poesía, con su impronta,
expande su poder en lo sensible,
y en cada ser humano deja una cuenta
de sueños, de emoción, de lo intangible.
Su fuerza, en lo profundo nos remonta
al gozo de lo eterno y lo imposible;
es vida que renace en la utopía:
potencia en lo sagrado, poesía.