Las horas caen despacio,
se deshacen en el humo
de una vela que apenas
alumbra la penumbra de tu alma.
Eres un eco quieto
que susurra entre las sombras
los nombres que el tiempo
se llevó en sus manos frías.
Miras hacia adentro,
donde la nostalgia arde
como brasas dormidas
bajo la ceniza de los días.
Y en el rincón de siempre,
el espejo murmura
la silueta difusa
de quien fuiste alguna vez.
Te duele el silencio,
la tibia soledad
que se acurruca a tu lado
como un invierno sin final.
Y piensas,
mientras la noche avanza,
que tal vez la vida
nunca supo esperarte.