En la plaza que canta su historia,
donde el río murmura su voz,
se despierta la esencia de un pueblo
que en su arte despliega el amor.
Cosquín es un cielo de estrellas,
un sendero de huellas sin fin,
donde el arte florece en sus manos
y en su grilla se vuelve raíz.
Los pinceles pintan paisajes,
las guitarras suspiran su sol,
y en los lienzos de cada coplera
nace un canto que nunca murió.
Danza el alma en las tablas del monte,
se alza el bombo en un grito ancestral,
y entre acordes y luces que laten
se enciende la fiesta inmortal.
Cada artista en la grilla es un río
que desborda pasión y color,
y en Cosquín su corriente nos deja
la memoria en un mismo clamor.
Porque el arte en la plaza no muere,
porque es pulso, es estrella y raíz,
porque en cada febrero que llega
renace la voz de Cosquín.