La ciudad es un hormiguero de acero y vidrio,
un laberinto de calles sin salida,
un mar de gente que camina sin rumbo,
buscando algo que no encuentra,
un oasis en el desierto de asfalto.
Los edificios se alzan como gigantes de piedra,
mirando con indiferencia el ir y venir de la gente,
como si fueran dioses en su pedestal de cemento.
El ruido es un torrente incesante,
un mar de voces que se mezclan y confunden,
un coro de sirenas que nunca calla.
La ciudad es un lugar de contrastes,
de riqueza y pobreza,
de alegría y tristeza,
de amor y odio.
Es un lugar donde se puede encontrar de todo,
desde lo más sublime hasta lo más vulgar,
desde la belleza hasta la fealdad.
La ciudad es un espejo de la sociedad,
un reflejo de sus virtudes y defectos,
un lugar donde se puede ver la cara oculta de la humanidad.
Pero la ciudad también es un lugar de esperanza,
un lugar donde se puede soñar,
un lugar donde se puede luchar por un futuro mejor.
La ciudad es un lugar donde se puede encontrar a sí mismo,
un lugar donde se puede perder y volver a encontrar,
un lugar donde se puede vivir y morir.
La ciudad es un lugar que nunca duerme,
un lugar que siempre está en movimiento,
un lugar que nunca deja de sorprender.
La ciudad es un lugar que se ama y se odia a partes iguales,
un lugar que se extraña cuando se está lejos,
un lugar que se recuerda con nostalgia.
La ciudad es un lugar que se vive,
un lugar que se siente,
un lugar que se lleva en el corazón.