Un plato olvidado en el borde de la mesa.
El polvo se acomoda como un huésped discreto,
la luz entra,
pero no para quedarse.
El agua en el vaso quiere ser río,
la ventana se abre,
aunque nadie la toque.
Alguien murmura en otra habitación,
pero no hay otra habitación.
La puerta se cierra
y no es nadie.
Adentro,
un zapato se pregunta por el otro,
una silla tiene sed de un cuerpo,
los muros hablan en voz baja,
como si supieran algo que yo no.
Me acerco al espejo:
mi cara se parte en hojas,
mis manos son ramas,
mi boca es raíz.
La casa respira,
y no sé si yo estoy dentro de ella
o si ella está dentro de mí.