Podrá acostarse el sol en su agonía,
callar la brisa al fin sobre el sendero,
marcharse el canto del ave viajero,
y huir la luz de la tarde fría.
Podrá agotarse el mar en su osadía,
morir la flor en el jardín postrero,
quedar sin rumbo el viento pasajero,
y ceder el reloj ante el día.
Mas nunca acabará lo que sentimos,
ni el fuego en esta llama perecerá,
pues vive más allá de los destinos.
Y aun cuando todo al fin se apagará,
en la sombra final, sin que lo opriman,
eterno este amor latirá.