Nos llaman impostoras, voz ajena,
nos quieren en los márgenes calladas,
escriben con su tinta las entradas,
dictando quién merece y quién condena.
Nos dicen que callemos la gran pena,
que somos sombras, luces apagadas,
mas arden nuestras letras inflamadas,
rompiendo cada muro y cada escena.
No somos un susurro, ni un lamento,
somos la voz que ruge en lo prohibido,
la furia que resiste contra el viento.
Y aunque nos nieguen nombre y lo vivido,
seguimos escribiendo el fundamento,
de un mundo donde el alma tiene oído.