Llevabas contigo un alma,
pero no en las manos ni en el gesto,
sino en los silencios,
en la pausa entre las palabras,
como un eco escondido.
Tu alma no era peso ni sombra,
era un río secreto,
corriendo bajo la piel del tiempo,
bajo tus pasos leves,
como una música que nunca cesa.
No la tocaba el mundo,
no la rozaban las horas.
Tu alma, intacta,
se guardaba detrás de tus ojos,
en la curva precisa de tu risa.
Y yo, al verte,
no sabía si miraba un cuerpo
o el destello puro
de algo más grande, más hondo,
algo que sólo el amor entiende.