Soy uno y soy muchos, sombra y claridad,
un espejo que fragmenta su propio reflejo,
rostros que se cruzan en la misma soledad,
y en cada nombre nuevo, pierdo y busco un consejo.
Álvaro navega en mares de furia y dolor,
entre máquinas y sueños de un futuro incierto,
su canto es un grito que se ahoga en amor,
y en su ruido, mi espíritu queda descubierto.
Ricardo, el estoico, en su calma serena,
habla de dioses que habitan sin querer gobernar,
su poesía es la tregua para el alma en pena,
como la brisa suave que enseña a olvidar.
Alberto, pastor del mundo, simple y profundo,
en su mirada el campo es la única verdad,
su voz es el rumor que, libre en cada segundo,
rechaza el pensamiento y abraza la humildad.
Bernardo, en su desasosiego, escribe sin final,
notas dispersas, huellas que nunca se entienden,
como quien, en el tedio, encuentra lo vital,
y en las sombras del alma, sus palabras descienden.
Yo soy Pessoa, y también soy ninguno,
mil voces dentro de mí luchan por hablar,
y en cada heterónimo dejo el alma en ayuno,
porque en cada verso me intento encontrar.
Ser yo es no ser, es vivir desdoblado,
es un laberinto donde nunca hay salida,
y aunque el mundo me lea como un poeta olvidado,
en mis fragmentos arde la esencia de la vida.
Heterónimos soy, y cada uno es verdad,
no son máscaras, sino almas vivientes,
pues en la múltiple y rota identidad
reside el hombre que busca entre ausentes.