En la niebla se deshace
el contorno de mi ser,
y el ayer, que nunca yace,
vuelve a gritar su poder.
Un murmullo entrecortado,
un destello que se apaga,
y el camino desbordado
por las sombras que lo embargan.
Las horas caen, dispersas,
como hojas en el río,
y en su danza tan diversa
se desvía mi albedrío.
¿Qué rostro queda al final
cuando la luz se retira?
Un recuerdo, un eco, un mal,
o un susurro que suspira.
El tiempo es dueño y verdugo,
testigo y cruel artesano,
que talla en el alma un nudo
y la deja sin su mano.