Tardecitas de un flavo resplandor,
el sol decae en pálido destello,
pinta en el cielo un último fulgor
y el campo arde en un ámbar siempre bello.
Todo es un suave halo dorado y fiel,
la brisa leve al susurro se abraza,
en lontananza se acuna un laúd cruel
que al crepúsculo amante se desplaza.
Silencio vasto, reverencia pura,
la tierra en calma su aliento derrama,
y el día muere en lenta sepultura.
Dulce letargo que en paz se derrama,
bajo esta luz, de quieta hermosura,
el mundo sueña en un velo de llama.