Sentir la piel erizarse con un roce,
descubrir el universo en una risa,
desvelarse con la luna entre los labios
y entender que el tiempo cede a su premisa.
Es vivir con la certeza del encuentro
aunque el mundo nos retenga en la deriva.
Ser la luz en la penumbra más callada,
ser abrigo en los inviernos del destino.
Es besar con la mirada lo imposible,
convertir lo fugaz en infinito.
Es volar sin esperar un horizonte
y sin miedo a despeñarse en el abismo.
Oír latidos en ecos compartidos,
dibujar en la distancia los abrazos.
Es ceder sin condición, sin exigencias,
ser el mar que no reclama lo entregado.
Es soñar sin distinguir noche o desvelo,
un susurro que se cuela en el pasado.
Dar refugio cuando azotan las tormentas,
ser la calma que disuelve incertidumbres.
Es perderse en un suspiro sin retorno
y entender que no hay cadenas ni costumbres.
Es un pacto sin palabras ni fronteras,
ser testigos de un amor que nunca huye.
Ceder alas sin temor a la distancia,
descubrirse en el reflejo de otro pecho.
Es sentir que cada historia es un milagro,
que los besos resguardados son secretos.
Es saber que en cada pulso hay un refugio,
y en el alma se eterniza lo perfecto.