De pronto, sin quererlo, vi tus ojos,
destello que en el alma se encendía,
como un relámpago en la noche fría,
que aviva viejos sueños y antojos.
Tu risa fue un fulgor entre despojos,
mi paz, rendida, huía en agonía;
y el corazón, que en calma yerto yacía,
volvió a latir, vencido por tus hinojos.
¿Quién dijo que el amor llega despacio,
como el río que en su cauce se desliza?
En un instante surge, audaz y recio.
Pues hoy me hallo atrapado en su palacio,
que a cada paso más me martiriza,
y, sin saber por qué, le tengo aprecio.