Entre el mar y sus palmeras, la brisa se desmaya,
un murmullo distante de caracolas sueña,
y el viento en su caricia, cual sutil atarraya,
teje con oro y sombra su danza que se empeña.
Las hojas, susurrantes, entonan una queja,
del tiempo que se escapa como un fulgor efímero,
y el mar, eterno amante, en su vaivén refleja
un mundo que respira en su latir altímero.
Oh palmas que se inclinan cual nobles centinelas,
alzando hacia los cielos su verdor cristalino,
sabed que en vuestra sombra las almas son más plenas,
hallando en vuestro abrazo refugio peregrino.
El mar canta en sus olas la furia y la dulzura,
se adorna con su espuma como un festín de nieve,
y en su rumor profundo, se cifra la clausura
de un verso sin principio, de un alma que se atreve.
Palmeras que escoltáis la vastedad del mundo,
testigos de los siglos que pasan como el viento,
en vos se funden cielo y horizonte fecundo,
en vos reposa el alma, en vos vive el momento.