Me aqueja la enfermedad que llaman melancolía,
que se cierne sobre el alma como una sombra sombría.
Su abrazo gélido congela el corazón,
y susurra dudas que desgarran la razón.
La esperanza se marchita, se apaga la luz,
y la alegría se convierte en un recuerdo difuso.
La mente se vuelve un laberinto de pensamientos tortuosos,
que conducen a un abismo sin fin y tenebroso.
El mundo exterior se vuelve un lugar extraño,
donde las risas suenan huecas y la felicidad es un engaño.
Los seres queridos se alejan, temerosos de la tristeza,
que emana de lo profundo de mi ser con firmeza.
Trato de escapar, pero sus garras me retienen,
me arrastran hacia abajo, donde las sombras me mantienen.
Cada respiración es un peso, cada latido un tormento,
mientras la melancolía me consume, un cruel experimento.
Busco consuelo en palabras, pero son vacías,
pues no pueden borrar las dudas que me atormentan día a día.
Intento encontrar refugio en la música y el arte,
pero sus melodías y colores no pueden sanar mi parte rota.
La soledad se convierte en mi compañera,
mientras me escondo del mundo en una tristeza que me devora.
Los días se convierten en noches, las noches en días,
y la esperanza se desvanece, como la luz en los cielos sombríos.
Esa horrible enfermedad que llaman melancolía,
me ha robado la alegría, la paz y la armonía.
Pero aun en la oscuridad, una llama tenue, un alarde,
un anhelo de liberarme, de sanar esta herida que me arde.