No hay cosa más enfadosa
que un amigo preguntón.
Dijérase que es razón,
pero es carga pesarosa.
Siempre pregunta ociosa
la causa de lo que ves,
y, amigos, sabed que es
una impertinencia vana,
pues la razón más llana
es que así lo quiso el juez.
Si al mirarme cabizbajo,
os preguntáis qué me pasa,
no es que mi ánimo fracasa,
ni que mi vida es un tajo.
Es que prefiero el atajo
de la calma y del silencio,
y no el constante y denso
murmullo de la inquietud,
que turba mi quietud
y me resulta tan denso.
A veces, la soledad
me brinda mejor consejo
que el más sabio y buen reflejo
de vuestra curiosidad.
No es falta de amistad,
ni desprecio a vuestro empeño,
mas guardo en mi pequeño
corazón mis propios males,
y no hay en vuestros canales
el consuelo que yo enseño.
Mirad que la vida es breve
y no se gasta en preguntas,
que son como piedras juntas
que el río jamás remueve.
Dejad que mi mente leve
se dedique a meditar,
y no a tener que explicar
cada gesto, cada llanto,
que no todo es tan franco
ni se puede revelar.
Por ello, amigos, os invito
a que ceséis en vuestro afán,
que mi silencio es un plan
que nunca será fortuito.
Mi paz es el infinito
donde mi alma se halla,
y no hay mayor falla
que turbar mi pensamiento
con constante cuestionamiento
que mi calma avasalla.