Al ocaso del año, se alza mi plegaria,
como un río de estrellas que asciende al altar.
A mis dos tiernos soles, mi ofrenda diaria,
les dedico estos versos: su luz alentar.
A ti, primogénito, faro que ilumina,
te deseo caminos de paz y razón,
que la aurora te abrace con voz cristalina
y la luna te guíe con su corazón.
Y a ti, pequeño astro de fuego naciente,
te anhelo un sendero cubierto de flor,
que el destino te colme con su manantial ardiente
y las alas del tiempo te lleven mayor.
A los dos, mis luceros, yo os pido el cielo:
un futuro de gracia, virtud y candor,
que la vida os conduzca sin sombra ni duelo,
con el canto del viento como protector.
Si mi tiempo en la tierra se torna ceniza,
y mis pasos se pierden en hondas de mar,
recordad que en mis manos vivió la caricia
que sembró vuestra dicha para germinar.
Mis deseos, eternos, se alzarán al viento,
como un himno que nunca dejará de arder,
pues la llama del alma trasciende el momento,
y en vosotros, mis niños, yo vuelvo a nacer.