En la senda del tiempo, el eco suave,
de voces que el viento entre hojas trae,
susurra en el alma historias de antaño,
donde el sol y la luna su danza hacen.
Las montañas, testigos de un destino,
guardan en su abrazo la paz del día;
y el río, cual verso que nunca olvida,
canta a la tierra su amor divino.
Oh, patria querida, en tu suelo nace
la flor de la esperanza, el canto libre;
en cada rincón, un latido resuena,
y el arte en tus manos se vuelve vida.
Y en la memoria, el saber florece,
como el río que corre sin detenerse;
y en cada palabra, un mundo se erige,
pues el alma del hombre jamás se muere.