El agua se desliza con frágil mansedumbre,
como un velo celeste que besa la penumbra.
Llora la piel desnuda su eterna certidumbre,
pues halla en el abismo la paz que la deslumbra.
Cantan las tuberías un réquiem melancólico,
sinfónica cascada de mármol y de viento.
Las lágrimas se funden en río hiperbólico,
y en perlas se desgrana mi roto pensamiento.
El eco de los lamentos se quiebra en la cerámica,
huyen en el rocío los ayes del olvido.
La ducha es un refugio de esencia hierática,
donde llora la sombra su duelo más sentido.
¡Oh cúpula de espuma! Santuario del quebranto,
bautiza con tu lluvia mi herida más callada.
Que el agua y su liturgia devoren este llanto
y en su fulgor efímero no quede de él nada.