La tarde, como un pañuelo tibio,
acaricia los hombros de la tierra.
Todo calla, menos el viento,
que murmura secretos
a las hojas desveladas.
El horizonte, un trazo incierto,
se desdibuja en la memoria.
Allí guardo los ecos
de risas perdidas,
de promesas que el mar
se llevó en sus olas.
La vida, con su paso tenue,
es una danza de luz y sombra.
Cada instante, un pétalo que cae
sobre el libro abierto
de nuestro pecho.
Y en este silencio que respira,
somos raíces buscando agua,
somos estrellas naciendo
en el vientre del cosmos.
Detente, tiempo, en este respiro.
Deja que el amor hable
con voz de montaña
y corazón de río.