Por la cañada va el río,
cantando entre piedras viejas,
con sus aguas que se quejan,
bajo el cielo tan sombrío.
Se desliza en su corriente,
silencioso, arremolinado,
lleva en su cauce callado
un misterio persistente.
Entre sauces y laureles,
el río sigue su andar,
sin prisas por llegar,
abrazado a sus niveles.
Cuando el sol le da de lleno,
se enciende como cristal,
y su cauce tan leal
refleja el azul del cielo.
Es un río siempre en marcha,
que nunca deja de ir,
sin temor de repetir
su viaje sin más guarida.
Va dejando tras su paso
un eco dulce y sereno,
como un susurro terreno,
que acaricia con su abrazo.