El poeta con pose de poeta
Ahí lo tienes, en la esquina del verso,
como quien posa para un retrato eterno.
El cigarro en los labios,
la mirada perdida,
y una tristeza bien estudiada
que no le duele ni le duele todavía.
Habla de noches largas,
de musas que nunca llegaron,
y en su cuaderno limpio
los tachones son un adorno
para el ojo ajeno.
El poeta con pose de poeta
es un funambulista del vacío,
un equilibrista en la cuerda floja
de las palabras que no siente.
Pero qué bien declama,
qué gesto tan noble
cuando suelta el verso
como si le quemara en el pecho
(y no en el ego).
A veces, incluso,
se cree su propio teatro.
Llora en los aplausos,
se ahoga en las metáforas,
y posa, siempre posa,
como si el poema fuese un espejo
y no un abismo.
Ahí lo tienes,
el poeta con pose de poeta,
que escribe para ser visto,
y no para ver.
