En la penumbra suave donde el día reposa,
un pianista ciego desgrana su canción.
Los pájaros se callan, y el viento, silencioso,
retiene entre sus manos un soplo de emoción.
Sus dedos, ágiles, tejen con ritmo un misterio,
un hilo que en el aire se vuelve eternidad;
y sus notas, danzando como un eco etéreo,
despiertan en las sombras el sueño de la edad.
No ve la luz dorada que arde en la colina,
ni el río que murmura su verso de cristal;
mas oye en su piano un mundo que camina,
un horizonte inmenso, sin tiempo ni final.
Es ciego, y sin embargo, con música descubre
un mar sin orillas y un cielo sin color;
la noche le sonríe y el silencio lo cubre,
mientras el mundo gira bajo su acorde en flor.