Floreció en su pecho un alba dorada,
la luz eterna que el cielo enviaba,
y en su seno puro, la vida cantaba,
del Verbo divino la gracia esperada.
Madre del mundo, del Sol y la calma,
cuna sagrada donde el amor mora,
su risa era fuego que al alma enamora,
su gozo, un torrente que calma y transforma.
¡Oh María, rosa de eterna blancura,
que guarda en tu vientre la paz infinita!
La estrella del cielo en tu fe resucita,
y el mundo en tu nombre se siente segura.
En tus manos reposa la llama divina,
la senda que lleva a la luz prometida.
Madre del amor, madre de la vida,
en ti la esperanza florece y germina.