“Tarde divertida de poetas”
En un rincón perdido del cielo literario,
se juntaron poetas en un plan estrafalario.
Allí Neruda, Lorca y Bécquer, sonrientes,
decidieron escribir versos diferentes.
Pablo Neruda, el maestro del mar y la cebolla,
se ríe al rimar sobre una simple escoba:
“En las fibras de su palo, el polvo reposa,
como amante olvidado en cama azarosa.”
Federico García Lorca abandona la tragedia,
y habla de un gallo con mucha comedia:
“Cantaba al revés, tan fuera de tono,
que el alba dudaba si era un mono.”
Gustavo Adolfo Bécquer, siempre tan melancólico,
cambia sus versos por algo más irónico:
“Las oscuras golondrinas, cansadas de amor,
se fueron al Caribe, a encontrar otro calor.”
Por ahí aparece Sor Juana Inés, inquieta,
jugando al sarcasmo, como en una opereta:
”¿Qué culpa tiene el hombre, si con cada verso
se enreda más fácil que un gato perverso?”
Entre rimas y risas, llega Quevedo mordaz,
que hace una sátira con un giro audaz:
”¿Es amor un suspiro, un sopor y un bostezo,
o es tan solo la siesta de un poeta travieso?”
Hasta Octavio Paz se une con astucia,
burlándose del tiempo y de su propia lucha:
“El reloj nos persigue, sin darnos permiso,
pero yo lo confundo... ¡me echo un hechizo!”
Así en el banquete, entre bromas y juegos,
los poetas eternos se olvidan de egos.
Sus palabras, hoy libres, se tornan festivas,
¡porque incluso los genios tienen tardes divertidas!
