Las sombras cuelgan del techo,
flotan como jirones de humo.
El cuarto se estira y encoge
al ritmo de mi respiración.
Soy el único aquí,
pero las voces murmuran,
me dicen cosas que nunca dije,
me recuerdan caminos que nunca anduve.
El espejo frente a mí se tiñe de sombras.
Refleja un rostro que no es mío,
ojos profundos como pozos sin fondo,
una mueca torcida que imita mi sonrisa.
“¿Quién eres?”—susurro—
y el eco se quiebra en carcajadas.
El espejo se ríe,
se burla de mi cordura.
Cierro los ojos, pero no hay escape,
las sombras se pegan a mis párpados.
Y cuando los abro,
el reflejo sigue allí, esperando.
Tal vez, después de todo,
yo nunca fui yo.
Tal vez, siempre fui
el otro del espejo.