El dolor siempre se queda,
teje silencios en la piel,
bordea el alma con hilos de sombra,
y escribe memorias que no pedimos leer.
Pero su estancia nunca es estéril,
es un maestro sin rostro,
un eco que resuena en el vacío,
despertando partes que creímos dormidas.
Porque el dolor es raíz y vuelo,
es pregunta que desafía al tiempo,
un cincel que talla verdades
en el mármol de nuestras almas.
Y cuando parte,
no es despedida ni abandono,
es promesa de retorno,
un pacto con la vida misma:
Volverá,
no para quebrarnos,
sino para enseñarnos
que hasta en la grieta más oscura
nace la luz del crecimiento.