El dolor se queda en nuestras vidas,
teje en la piel su huella silenciosa,
marca la voz con sombra dolorosa,
y deja las memorias más sufridas.
Mas no es su fin las almas abatidas,
pues trae consigo esencia luminosa:
lección que brota, sabia y laboriosa,
de cicatrices hondas y aprendidas.
El dolor es cincel que nos transforma,
moldea el alma en su febril trabajo,
y en el abismo da a la luz su forma.
Cuando se marcha, lleva su atavío:
un eco eterno, un breve desarraigo,
que deja al pie del alma su vacío.