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October Gold, by John Atkinson Grimshaw
ElidethAbreu

El Desahucio

 
 
A la puerta llegó la orden sellada,
con letras frías de un juez implacable,
como una sentencia dura y callada
que aplasta al pobre, sin ser favorable.
 
El hombre miraba con manos vacías,
sus ojos cansados, su frente abatida,
y en su pecho ardían mil agonías,
con el peso amargo de toda una vida.
 
La mujer, dolida, sin sollozar,
recogía en silencio la ropa gastada,
la cuna pequeña, el viejo costal,
y una esperanza ya desmoronada.
 
Los hijos, sin saber, jugaban afuera,
ajenos al drama de su cruel destino,
mientras la tarde, lenta y sincera,
borraba los restos de su camino.
 
Entraron los hombres, duros, sin alma,
como sombras grises de autoridad;
arrancaron muebles, rompieron la calma,
como el viento arrasa sin piedad.
 
La casa quedó vacía y desierta,
ni un eco quedaba de su alegría;
sólo el polvo, que al viento despierta,
y el frío silencio que allí se extendía.
 
El hombre miró su hogar perdido,
y con voz serena, sin odio ni ira,
dijo a los suyos: “La vida es camino,
y el alma resiste lo que no expira.”
 
Con paso firme y sin mirar atrás,
cargaron sus sueños, su pobre equipaje,
pues en su pecho quedaba la paz
de aquel que vive y sigue su viaje.
 
Porque aunque la tierra sea arrebatada,
y el techo perdido, el alma se aferra:
la esperanza es casa nunca desahuciada,
y el corazón siempre encuentra su tierra.

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