Las nubes pintan el cielo de la tarde,
cambian de tonos y perecen despacio.
Los montes impasibles evocan lo sublime,
las sombras crecen tras la muerte del día.
El aire, suave como un suspiro,
acaricia y envuelve todo en un canto tenue.
Aquí se revela la esencia sin disfraces,
colores y pasiones se funden en belleza.
Lo eterno y lo finito se hacen uno,
el atardecer nos invita al deleite.
Las imágenes se tornan símbolos,
los símbolos, poemas nacidos del alma.
Y mientras el cielo se desvanece en la noche,
cerremos los ojos y durmamos.
Mañana, más sabios, hallaremos
la luz que madura en su fruto eterno.