En el corazón del bosque,
donde la luz se filtra como un susurro,
las hojas murmuran secretos antiguos,
y el viento teje historias de resistencia.
Los árboles, centinelas silenciosos,
guardan la memoria de tiempos pasados,
sus raíces hunden en la tierra,
buscando el eco de un latido primigenio.
El río, serpiente de plata,
canta canciones de libertad y flujo,
sus aguas arrastran sueños y deseos,
hacia un mar de promesas infinitas.
En las sombras del follaje,
los animales danzan en silencio,
cada pisada, un testimonio vivo,
de una vida que se niega a ser olvidada.
La naturaleza, un templo sagrado,
donde cada hoja, cada piedra,
es un verso en el poema del mundo,
un himno a la vida y la esperanza.
Pero en las laderas, las cicatrices
de la mano del hombre se hacen visibles,
árboles caídos, ríos contaminados,
un grito de dolor que el viento no puede silenciar.
Sin embargo, en la tierra herida,
brota terca la esperanza,
como hierba salvaje e indomable,
un murmullo de resistencia y renacimiento.
En el canto del bosque,
en el susurro del viento,
en el latido de la tierra,
está la promesa de un mañana,
donde la naturaleza y el hombre,
puedan vivir en armonía.