El bosque es un rumor de pájaros,
un susurro de ramas que se pliegan,
como si guardaran un secreto
demasiado denso para el viento.
Las raíces se arrastran en silencio,
como dedos enredados en la historia
de un suelo que lo ha visto todo,
pero que aún guarda su lengua de tierra.
Los árboles murmuran entre sí,
alargan sus brazos como buscando,
pero siempre queda un espacio,
un hueco entre hojas, un silencio suspendido.
En el río, el agua lleva su carga de cielo,
reflejando el peso de nubes cansadas
que se vierten en sus corrientes,
como si entendieran el lenguaje del musgo.
Aquí, en medio del verde casi infinito,
me siento como una chispa pequeña,
una breve intención de ser,
en medio de esta sinfonía de verde y sombra,
y pienso en todas las veces que he olvidado
que el bosque no necesita ser visto
para ser vasto.