El Barrilete. Relato
Era un barrilete sencillo, hecho con papel de colores y cañas frágiles. Lo había armado Julián en una tarde de agosto, bajo la mirada paciente de su abuelo, quien con manos torpes le enseñaba los nudos justos para que el viento no lo traicionara. Julián no era un experto, pero había puesto en aquel pedazo de papel más ilusión que técnica. Lo imaginaba surcando el cielo como una promesa, como si al volar, él también pudiera escapar de todo aquello que lo anclaba al suelo.
El día del primer vuelo llegó con una brisa leve, suficiente para elevarlo sin peligro. Julián corrió por el campo con todas sus fuerzas, y el barrilete, después de un par de intentos fallidos, finalmente se alzó. Primero dudó, como un pájaro aprendiendo a extender sus alas, pero luego subió firme, flotando ligero, cada vez más alto. Julián, desde abajo, sostenía el hilo con una mezcla de orgullo y temor, como si sujetara el destino en sus manos.
A medida que subía, el barrilete parecía acercarse al sol, perdiendo sus colores en la distancia. “Más alto”, pensó Julián, “debe llegar más alto”. Aferró el hilo con fuerza, aunque el viento lo tensaba al límite. Pero el hilo, como todo lo que se estira demasiado, cedió de golpe.
El barrilete, ahora sin dueño, comenzó a danzar en el aire, libre, pero también sin rumbo. Julián lo vio alejarse, como un sueño que se suelta de las manos antes de volverse real. Intentó correr tras él, pero el viento era más rápido, y el barrilete desapareció en el horizonte, flotando hacia ninguna parte.
Julián se quedó allí, con el hilo roto en la mano y el corazón apretado. El abuelo, a su lado, le puso una mano en el hombro y le dijo: “A veces las cosas vuelan lejos, muchacho. No por falta de esfuerzo, sino porque así es el viento”.
Y así fue como Julián aprendió, en aquella tarde de agosto, que algunos sueños se elevan para nunca volver, pero que vale la pena hacerlos volar, aunque sólo sea por un instante.
