El amor es un caos, nunca obedece,
ni al sentido común ni al compás del tiempo.
Es terco y salvaje, como mala hierba,
se posa por igual en frentes rotas y coronadas,
y crece sin orden ni concierto.
No sabe de pactos, ignora fronteras,
es fuego que arde sin pedir permiso,
un viento errante que besa banderas,
un niño travieso jugando al hechizo.
Le da lo mismo la herida que el goce,
la piel curtida o el pulso inocente.
Llega desnudo, sin cartas ni voces,
se instala en los huesos, se queda en la mente.
Le gritan: “¡Respeta la lógica impuesta!”,
le imploran: “Sé manso, domado, prudente”.
Mas ríe, se escapa, no atiende protestas,
sabe que es libre, que es ley diferente.
Porque el amor, con su furia sin dueño,
no busca permiso, no cede a un intento.
Es injusto, sí... pero es puro y eterno,
como un latido, como un tormento.