En la noche, cuando el viento
susurra nombres que ya no son,
me hundo en el espejo callado
de la luna que todo lo ve.
Las sombras se enredan despacio
en la piel gastada del tiempo,
y mis manos, vacías de abrazos,
acarician la ausencia sin voz.
Camino descalza en recuerdos,
cristales de lluvia en mi pecho,
y en cada latido se quiebra
la esperanza que aún no se va.
Dime, ¿dónde duerme el olvido?
¿en qué rincón calla el ayer?
si todo lo que fui persiste
en la herida que no aprendió a arder.
Pero el alba teje su canto,
como un hilo tenue y dorado,
y yo, con el alma desnuda,
me abro paso en su claridad.