En la calma del atardecer,
cuando el sol se despide,
las sombras se alargan,
y el tiempo, un susurro,
se aferra a los recuerdos.
Las hojas caen,
como sueños olvidados,
y el viento, cómplice,
acaricia sus formas,
dibujando lo que fue.
No hay prisa en el ocaso,
ni en la vida que pasa;
cada instante, un latido,
cada mirada, un reflejo
de lo que siempre regresa.
En este justo instante,
me aferro a lo fugaz,
pues en el eco del silencio
resuena la permanencia
de lo que nunca se va.
Amor que te has marchado,
pero como te has quedado!