Sobre el oro del aire se alza tu canto puro,
oh divina oropéndula, de vuelo sacrosanto.
En tus alas el éter susurra su conjuro,
y el bosque te proclama su espíritu y su encanto.
Tu cresta, como llama, corona los umbrales
donde duerme la selva en sueños de verdura,
y tus notas que caen cual ríos celestiales
tejen entre las ramas un eco de ternura.
De tus plumas brotaron la aurora y el ocaso,
el alba recogió tu silbo entre sus velos.
Eres himno que cruza lo eterno en su trazo,
un faro que refulge en los vastos anhelos.
Oh espíritu libre, viajera del follaje,
embajadora aérea del reino de la vida,
en ti canta la tierra su eterno homenaje,
y el viento te bendice en su curva encendida.