Los álamos tiemblan de escarcha y rocío,
las calles dormitan su sombra de azar,
y un río de brumas en lento albedrío
deslíe sus aguas en llanto lunar.
La aldea despierta con risa callada,
la niebla se enreda en el viejo nogal,
y un tímido aroma de tierra mojada
despierta en los campos su verde caudal.
Las casas bostezan su sueño en la altura,
los huertos suspiran su dulce alhelí,
y un canto lejano, con lenta ternura,
desvela la brisa dormida en el gris.
Es alba en la aldea: temblor y secreto,
espejo de estrellas que acaban de huir;
y el día, en su pálido traje discreto,
despierta sin prisa, soñando vivir.